domingo, 10 de abril de 2011

Iron Maiden en Vélez: astronautas del metal


El Final Frontier Tour se arrastra desde junio de 2010 por 22 países, Japón cancelado por tsunami. Quedan 17 más, hasta junio de este año. Veinte minutos después, es Dios. Pero es Dios en sus propios términos. Y no está sólo en su divinidad. Tras el clip de intro en las pantallas, la masticación bestia e industrial de "Satellite 15.. The Final Frontier", con el nuevo Eddie marciano en su nave, como si Star Trek se hubiese pasado con la peor coca de todo Liniers. El set es como de nave espacial precisamente. Maiden llega a donde jamás llegó. No necesita fisión nuclear. Hay tracción a sangre.

No se puede creer la alegría en todo esto tampoco. Janick Gers viene con un sonrisa maniática, sus molinetes de brazo corte Pete Townshend y sus chupines inamovibles acompañados de cinto de balas y hi-tops Reebok blancas. Con ese uniforme de heavy reglamentario, tira un solo que es pirotecnia y todos funcionan en un nivel de pirotecnia física. La están agitando. "El Dorado", track del nuevo disco, cae bestial. OK, no es el metal más pesado de Iron Maiden, no es hit todavía pero Adrian Smith hace un solo y luego Dave Murray va con el suyo, con todo lo que aprendió de Robin Trower, el Hendrix blanco (Google para todos.) Y el valor de tres guitarras en vez de dos se siente completamente. Todos suenan al mismo tiempo, y el plan compositivo de ser más Iron Maiden que Iron Maiden tras el regreso de Dickinson a la banda una década atrás se cristaliza hoy. "2 Minutes To Midnight", un hit, es casi una concesión, porque los chicos quieren cantar. No es un show para que canten todos. Esto es de Maiden y nadie más. "Coming Home", dedicada por Bruce a todos los fans de la banda que la están pasando como el culo en Japón, Libia, Yemen y otros puntos de crisis, es épica. Estamos escuchando.

¿Qué pasa? ¿Por qué no hay avalancha de himnos de acero? Ferro 2008, la orgía de clásicos definitiva, nos dejó muy mal acostumbrados. No sólo hay que presentar disco nuevo. Hay un catálogo de diez años que pide ser explorado. Esta vez, Maiden toca lo que quiere. Y es al menos seductor, en un Dickinson que tira sus tonos inhumanos en un pantalón de camuflado pixel y un Nicko McBrain que demuestra con nuevos fills todo lo que puede hacer cuando la música lo pide. Hay un Winnie Pooh con un 666 encima del bombo. "Dance of Death", del disco homónimo de 2006, con una intro acústica a cargo de Gers, da pie a un Dickinson altamente expresivo, al Dickinson dramático que se mueve como si este rock lo estuviera violando. Además, la letra es tremenda. "Where The Wild Wind Blows", de The Final Frontier, tiene una carga sucia, grotesca, con la mano derecha de Smith como una de las mejores del género. "The Wicker Man" y "Blood Brothers", dedicada a la hermandad metálica, son de Brave New World. Pero toda esta riqueza musical de estructura y textura, de nuevas formas en Maiden, no conmueve, porque hay 40 mil excitados que quieren guerra con una que sepamos todos.

"The Evil That Men Do" es una, con decir "living on a razor's edge, bouncing on a ledge" alcanza y sobra. Sale Eddie, como siempre, pero esta vez en su nueva versión, un Alien de carne podrida y dientes de doble hilera. En las pantallas está la Ed Cam, o la mirada de Eddie mismo. Le cuelgan una guitarra. Gers le corre entre las patas. Todos festejan, porque es rico el pochoclo. "Fear of the Dark" es lo mejor de la noche, entre pogos de 20 metros de diámetro y la carga Harris, el clan-ta-ta-clan de un himno mayor. "Iron Maiden" viene justo después, con un Eddie gigante de ojos láser que asoma detrás de la batería, y es como muy prematuro. ¿Ya? ¿Se acaba? ¿Tan poquito? Maiden sabe que sin más hits no se la perdonan.

Hay tres más en los bises, como "The Number of the Beast" y el gran drama de "Hallowed Be Thy Name", una canción a prueba de todo, donde Dickinson no puede hacer otra cosa que brillar. De todas formas, en el escenario, parece un trámite.

Sigue "Running Free", alguien enciende una bengala, el humo llena el escenario. Esto a Dickinson le cae como el culo. El final se apresura, púas y palillos para todos. Las luces del estadio se prenden en plena silbatina. A la salida, sobre Juan B. Justo, alguien dice que no acabó.

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